Hay tantos candidatos, y casi candidatos, para las siguientes elecciones presidenciales, que verlos a todos en detalle seria devastador para mi intención de escribir columnas cortas. Obviemos pues a los precandidatos liberales, que se baten desesperadamente por 0,1 y 0,2 de las encuestas, si es que aparecen en alguna. Incluso de Pardo, que aunque sensato, carece totalmente de cualquier brizna de carisma. Dejemos a un lado a los candidatos uribistas que le hacen campaña desde hace algunos meses al presidente, y que inevitablemente tendrán que unírsele cuando exprese públicamente su voluntad de hacerse reelegir. Incluso olvidémonos de Santos, que condicionó su candidatura a un escenario en el que no se enfrente al presidente, es decir, donde él sea el candidato del uribismo, mejor dicho, olvidémonos de Juan Manuel Santos como aspirante a la presidencia. También hagamos a un lado a los conservadores, neutralizados por Andrés Felipe Arias y su temprana campaña, que terminará una vez empiece la del presidente Uribe, y por la indecisión de Noemí Sanín, cuya popularidad pocas veces se ha visto representada en los votos y seguro menos si se enfrenta a Uribe. Evitemos a Vargas Lleras y su partido Cambio Radical, que se desmorona ante el arremeter de las partidas burocráticas que el gobierno promete a sus congresistas si lo abandonan. Y no hablemos del Polo, con sus divisiones internas, la fuga de sus potenciales candidatos a la independencia y de Carlos Gaviria, cuyo acérrimo anti reeleccionismo se condiciona a si es él el beneficiario.
Ante este escenario, solo cabe hablar de Fajardo, únicamente él merece la utilización de este reducido espacio. Si, el único candidato que se ha mantenido alejado de las mezquindades de la contienda política actual, nunca pendiente de guiños, o alianzas, o vicepresidencias y ministerios, manteniendo una trayectoria integra y concienzuda, con una campaña independiente y ciudadana. Perseverando en un enfoque de política que tanta falta hace en este país, tan distinta de la ‘vieja’ forma de llevar los asuntos públicos. Y las encuestas se lo reconocen, su silencioso periplo por los municipios del país (que ya suma más de 150) se ha materializado en el apoyo de un importante número de colombianos. Fajardo puntea y se perfila como el único que puede atajar al presidente Uribe y su ímpetu reeleccionista.
Pero lo hace con sensatez. No cae en discusiones insulsas y reconoce lo que hay que reconocer y pretende mantenerlo, mientras plantea necesarios e indiscutibles cambios. Fajardo es para muchos el cambio, para otros tantos el complemento. Uribe fue el constructor de un marco donde las políticas de Sergio Fajardo tendrán mayores posibilidades de éxito. Su posición le permite mantener con suficiencia lo que para la gran mayoría de los colombianos han sido éxitos de este gobierno, pero también de llevar un cambio de tal forma que satisfaga a quienes denuncian los puntos flacos de estas políticas y compense las áreas donde Uribe se mostró descuidado.