jueves, 8 de octubre de 2009

Lecciones desde Colombia

Por: Santiago Silva Jaramillo.



El pasado 29 de septiembre el CSIS (Center for Strategic and International Studies), prestigioso think tank con sede en Washington, presentó el informe “Countering Threats to Security and Stability in a Failing State. Lessons from Colombia”. El texto analiza la historia reciente colombiana; comenzando con las épocas en las que la degeneración del país lo llevó a casi ser considerado un Estado Fallido, hasta el proceso de recuperación del monopolio de la fuerza por parte del Estado colombiano. El estudio afirma que el crecimiento de los grupos guerrilleros y paramilitares a mediados de los noventa, financiados por el incremento en el tráfico de drogas, llevó a Colombia a las puertas de la catástrofe. Sin embargo, en menos de diez años, el país logró una recuperación impresionante en su estabilidad y seguridad. “Lessons from Colombia” examina los progresos colombianos para determinar puntos consonantes con otros países en situaciones similares, donde las medidas tomadas por Colombia puedan ayudar a evitar que alcancen el status de Estado Fallido. Al presentar puntos importantes sobre la sostenibilidad de las políticas actuales en Colombia para mantener los procesos de consolidación del Estado, el reporte se convierte en una herramienta útil para los políticos colombianos y de países cuya estabilidad y seguridad se encuentren amenazados.


El reporte de la CSIS llega a conclusiones que aunque en algunos casos son bien conocidas, no son por eso menos importantes. Dice, por ejemplo, que la crisis de seguridad colombiana nació de la incapacidad del Estado para ejercer su autoridad legítima en grandes porciones del territorio nacional. Por supuesto, la respuesta para esta incapacidad consistió en el fortalecimiento de la presencia estatal y el combate de los poderes ilegales que lo habían reemplazado. La decisión del presidente Uribe, junto con otros líderes colombianos, de afirmar la autoridad del Estado ha sido fundamental para el mejoramiento de la situación de seguridad en Colombia.


El principal logro de la administración Uribe ha sido, según “Lessons from Colombia”, el aumento claro y contundente de la autoridad del Estado colombiano en su territorio. El reporte resalta también la importancia en este proceso del Plan Colombia y de la especificidad de los objetivos a alcanzar con la política de Seguridad Democrática. En cuanto a esta última, “Lessons from Colombia” habla de la flexibilidad de las estrategias de implementación de la política que desde un principio ha posibilitado los cambios de rumbo y reformas exigidas por las dinámicas del conflicto, sin que se pierda la coherencia, gracias, en parte, a los lineamientos generales y específicos de la misma.


“Countering Threats to Security and Stability in a Failing State. Lessons from Colombia” estudia otros aspectos de la situación colombiana y su historia reciente, que no puedo reseñar de momento. Sin embargo, me intriga la poca o ninguna recepción de su publicación por parte de los medios ¿será gracias al enrarecido ambiente político pre-reelección? Una lastima, pues sus conclusiones deberían ser consideradas por el próximo presidente, sea quien sea, y orientar sus pretensiones de mantenimiento, reforma o incluso eliminación de la política de Seguridad Democrática.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Fail!!

Por: Santiago Silva Jaramillo



La política exterior del gobierno de Barack Obama se ha caracterizado por su flexibilidad a la hora de hacer concesiones, que aunque puede resultar pragmática en algunos casos (como cuando pretende negociar con las alas moderadas del Talibán), también puede llevarlo a cometer graves errores. El anuncio de la semana pasada de parte del presidente estadounidense de la cancelación del escudo de defensa anti balístico en Polonia y República Checa fue uno de los últimos.

Los Estados Unidos querían con esta jugada bajarle un poco al calor en su relación con los rusos, que mantenían una dura oposición al escudo anti balístico polaco incluso amenazando con desplazar sus propios cohetes a la frontera, en Kaliningrado, pero Medvedev y Putin tomaron la decisión como lo que era, una clara victoria del Kremlin sobre Washington y se han permitido algunas valentonadas. Hicieron eco de la cancelación del escudo anti balístico en su país y dejaron clara su intención de no detenerse allí, sino de exigir otras concesiones al gobierno Obama, la mayoría de ellas, concernientes a las restricciones comerciales que aún pesan sobre Rusia desde la Guerra Fría. La otra intención de Washington con su decisión era que Rusia flexibilizara su posición frente a Irán y su programa nuclear y ayudara en los posibles acercamientos entre el régimen de Mahmoud Ahmadinejad y occidente. Sin embargo, el mismo Medvedev señaló que la cancelación del escudo polaco no suponía ningún acuerdo previo entre Estados Unidos y Rusia y que aunque él podría mostrarse más receptivo a las preocupaciones estadounidenses, esto no significaba ningún compromiso específico. Así pues, Obama regaló una gran victoria política a los rusos y seguramente no obtendrá nada a cambio, exceptuando más exigencias por parte del Kremlin.

Pero no sólo eso, Estados Unidos ha dejado abandonado con su decisión a naciones aliadas de Europa del Este como Polonia, República Checa y Ucrania, por no hablar de los países caucásicos. Ucrania y Georgia específicamente, que aspiran a entrar a la OTAN, enfrentando las reticencias por parte de Rusia, ahora se encuentran en una posición si acaso menos ventajosa frente a la renacida potencia del norte. Estados Unidos, que buscaba robar algunos de los aliados naturales rusos e involucrarse con fuerza en su área de influencia inmediata, posiblemente ha tomado las decisiones que sentenciarán esas pretensiones al fracaso.


Prueba todo lo anterior que hacer concesiones, sobre todo si son unilaterales, en las relaciones internacionales, puede ser sumamente perjudicial para un país y que hacerlo cuando lo que está en juego es tanto; cuando las apuestas son tan elevadas, puede condenar al fracaso toda una concepción estratégica y cambiar radicalmente las distribuciones del poder de toda una región.

martes, 1 de septiembre de 2009

Formando la disciplina, construyendo la profesión

Por: Jose Antonio Fortou R.



La semana pasada, de miércoles a viernes, se realizó el I Congreso Interuniversitario de Ciencia Política, evento local organizado por estudiantes de cuatro universidades de Medellín (EAFIT, Antioquia, Nacional y UPB) como un primer intento de empezar a crear comunidad académica y seguir con lo que Francisco Leal llamó la “profesionalización” de la ciencia política en Colombia.

Se escucharon ponencias y preguntas interesantes y pertinentes que pusieron de relieve algunos de los principales temas o problemas con los que se topa la ciencia política en nuestra ciudad. Quisiera hacer mención a uno de dichos temas: el clásico problema de las fronteras de la disciplina y su relación con otras. Dentro de esta temática, englobo tres provocativas discusiones que surgieron durante el Congreso.

1) Ciencia política y derecho. Mientras que José Olimpo Suárez propugnaba por una cercanía que hizo pensar en lo que alguno llamó un “politólogo abogado” y otros reaccionaron proponiendo un distanciamiento radical del paradigma legalista, unos más nos ubicamos en un punto medio: hay que tener un profundo conocimiento del derecho en este mundo cada vez más constitucional y jurídico, pero entendiendo siempre que el paradigma legalista no puede ocultar cómo son las cosas al hacer énfasis en cómo deben ser.

2) Ciencia política y filosofía política. La exposición de Jorge Giraldo nos recordó la cercanía de estas dos disciplinas y señaló el problema en el que se verían los estudios políticos en general sin la filosofía política: la teoría y los conceptos surgidos de ésta permiten, en buena medida, una mejor interpretación de los fenómenos políticos, por lo que la formación de un politólogo exclusivamente empírico-cuantitativo sería un grave error. Igualmente, el filósofo idealista debe “volver a la caverna” y aceptar que los conflictos de poder que se ven en ella son la realidad de la que se debe ocupar.

3) Ciencia política y moral. Aunque llevamos ya medio siglo de separación formal entre política, moral y ética, se escuchó una propuesta para entender y atender la pobreza no como un problema político, sino moral. Quedaron en el aire, sin embargo, dos puntos: a) la distinción entre moral y ética y cuál de ambas adoptar; y b) las implicaciones que tendría adoptar la perspectiva propuesta para el estatuto ontológico y epistemológico de la ciencia política.

Estos puntos sólo recogen parte de lo discutido en estos tres días. Obviamente surgieron muchos temas adicionales: el retorno al Estado en los estudios políticos, el quehacer del politólogo –la ciencia o la política como vocación–, las perspectivas a futuro de la disciplina en el escenario global, entre otros. Pero vamos paso a paso…

martes, 4 de agosto de 2009

Justicia

Por: Santiago Silva




En Marzo de 2005 (del día no me acuerdo) pasada la medianoche, frente al Mall Llanogrande, una Toyota Burbuja se estrelló contra el costado del carro donde dos amigos y yo viajábamos, el golpe la obligó a hacer un giro y se metió en reversa en la sala de una casa. Nuestro carro, por otro lado, obligado a salirse del carril, golpeó de frente a otro que venía al lado contrario de la carretera. En la mayoría de los choques las personas frenan, es característico el “frenón” que precede al golpe, muestra de alguna maniobra de evasión, de algún residuo de capacidad de reacción en los conductores. En este no, sólo golpes secos. Revivir lo que es estar en un choque es ver el episodio en cámara lenta y sin sonido: un golpe al costado, el cuerpo que se balancea imposiblemente hacia el lado contrario, el parabrisas astillado, los vidrios cayendo en la cara para producir luego un escozor insoportable y el acido de batería que vuela amenazando con quemar lo que toque. Todo en mute. Aun así, gracias a una afortunada combinación de circunstancias (que también podría llamarse porque “mi Dios es muy grande”) no hubo muertos, pero si heridos: uno con amnesia temporal, uno con un corte en la frente, una cuya nueva nariz perdió el poco cartílago que aun tenía, y yo, que gané un recordatorio de este episodio en mi brazo. Luego de una semana la mayoría de heridas habían sanado, pero los procedimientos legales sólo empezaban. Pues todos los involucrados en el accidente habíamos comprobado que el culpable iba borracho.

El viernes 31 de Julio, el editorial de El tiempo resaltaba la decisión del Tribunal de Bogotá de condenar a 18 años de prisión a Rodolfo Sánchez, que borracho había ocasionado un accidente en el que murieron dos personas. El editorial resaltaba la aplicación de condenas ejemplares y el endurecimiento de los castigos para los conductores embriagados, responsables en todo caso del 30 al 50 por ciento de los accidentes con muertos en el país. La Ley 1.326 sancionada este año por el presidente, ha sido fundamental para que ahora la culpa de los accidentes no sea del alcohol ingerido por la persona, sino por la persona que luego de ingerirlo conduce su carro. La borrachera ya no atenúa, sino que acentúa la pena.

El episodio de mi accidente no me marcó más de lo necesario, pues afortunadamente las consecuencias no fueron fatales para nadie. Sin embargo, lo que siguió al accidente, el proceso legal, si me daría algunas lecciones sobre la realidad de la impartición de justicia en Colombia. Fue la primera vez que estuve en una fiscalía e interactué activamente con abogados, fiscales y funcionarios públicos. Comprobé por ejemplo que cuando hay posibilidades de hacer una demanda que acarrearía compensaciones en plata, algunos abogados (insisto, sólo algunos) aparecen como por arte de magia ofreciendo sus servicios, y hacen valoraciones exageradas y aconsejan que uno cojeé (incluso si la herida es en el brazo), que ponga cara de tragedia y hable de las secuelas emocionales que le dejó el episodio cuando se hacen los exámenes de Medicina Legal. También aprendí que incluso quienes trabajan en las entidades judiciales saben lo incompetentes y corruptas que son y comentan, con la resignación propia del cinismo más puro, que las cosas son así, que el sistema no se pude cambiar, que lo mejor es no hacerse ilusiones de justicia. Y constaté la presencia en algunos procedimientos de personajes (los llamaré “duendes”) que hacen desaparecer pruebas, o aparecer algunas, o las cambian. Como cuando las pruebas de alcoholemia, y las fallas de procedimiento, absuelven a un infractor.

Importante que se tomen decisiones ejemplares, que las normas se endurezcan y los jueces las apliquen, pero ¿de qué sirve todo esto si somos incapaces de vencer la cínica corrupción e incompetencia y sobre todo, a los “duendes” que pululan en la justicia del país?

domingo, 31 de mayo de 2009

Por Fajardo

Por: Santiago Silva

Hay tantos candidatos, y casi candidatos, para las siguientes elecciones presidenciales, que verlos a todos en detalle seria devastador para mi intención de escribir columnas cortas. Obviemos pues a los precandidatos liberales, que se baten desesperadamente por 0,1 y 0,2 de las encuestas, si es que aparecen en alguna. Incluso de Pardo, que aunque sensato, carece totalmente de cualquier brizna de carisma. Dejemos a un lado a los candidatos uribistas que le hacen campaña desde hace algunos meses al presidente, y que inevitablemente tendrán que unírsele cuando exprese públicamente su voluntad de hacerse reelegir. Incluso olvidémonos de Santos, que condicionó su candidatura a un escenario en el que no se enfrente al presidente, es decir, donde él sea el candidato del uribismo, mejor dicho, olvidémonos de Juan Manuel Santos como aspirante a la presidencia. También hagamos a un lado a los conservadores, neutralizados por Andrés Felipe Arias y su temprana campaña, que terminará una vez empiece la del presidente Uribe, y por la indecisión de Noemí Sanín, cuya popularidad pocas veces se ha visto representada en los votos y seguro menos si se enfrenta a Uribe. Evitemos a Vargas Lleras y su partido Cambio Radical, que se desmorona ante el arremeter de las partidas burocráticas que el gobierno promete a sus congresistas si lo abandonan. Y no hablemos del Polo, con sus divisiones internas, la fuga de sus potenciales candidatos a la independencia y de Carlos Gaviria, cuyo acérrimo anti reeleccionismo se condiciona a si es él el beneficiario.


Ante este escenario, solo cabe hablar de Fajardo, únicamente él merece la utilización de este reducido espacio. Si, el único candidato que se ha mantenido alejado de las mezquindades de la contienda política actual, nunca pendiente de guiños, o alianzas, o vicepresidencias y ministerios, manteniendo una trayectoria integra y concienzuda, con una campaña independiente y ciudadana. Perseverando en un enfoque de política que tanta falta hace en este país, tan distinta de la ‘vieja’ forma de llevar los asuntos públicos. Y las encuestas se lo reconocen, su silencioso periplo por los municipios del país (que ya suma más de 150) se ha materializado en el apoyo de un importante número de colombianos. Fajardo puntea y se perfila como el único que puede atajar al presidente Uribe y su ímpetu reeleccionista.


Pero lo hace con sensatez. No cae en discusiones insulsas y reconoce lo que hay que reconocer y pretende mantenerlo, mientras plantea necesarios e indiscutibles cambios. Fajardo es para muchos el cambio, para otros tantos el complemento. Uribe fue el constructor de un marco donde las políticas de Sergio Fajardo tendrán mayores posibilidades de éxito. Su posición le permite mantener con suficiencia lo que para la gran mayoría de los colombianos han sido éxitos de este gobierno, pero también de llevar un cambio de tal forma que satisfaga a quienes denuncian los puntos flacos de estas políticas y compense las áreas donde Uribe se mostró descuidado.

martes, 26 de mayo de 2009

El desfase presidencial

Por: Alejandro Londoño Hurtado




Dice Aristóteles en el libro quinto de su política que la mayoría de los tiranos en tiempos antiguos surgían de demagogos que se ganaban la confianza del pueblo calumniando a los notables. Veinticinco siglos después, esta frase retoma vigencia en cabeza del presidente de la República y sus constantes declaraciones en contra de todo notable ciudadano que se oponga a sus intereses y a los de sus áulicos.

No es desconocida la forma en que el presidente utiliza la demagogia por medio de falacias para dirigirse al país a la hora de responder a ciertos acontecimientos adversos a sus intereses; ya sea por investigaciones y sentencias penales en contra de las cuotas del paramilitarismo en el congreso, por intentos de ciertas organizaciones no gubernamentales y de los pueblos indígenas de marchar en honor a las víctimas de crímenes cometidos por paramilitares y agentes estatales, y en pos del reconocimiento a sus derechos, o de congresistas, académicos y periodistas que buscan la liberación de los secuestrados por medios pacíficos.

Cualquiera que tenga un mínimo de conocimiento sobre Derechos Humanos y sobre Derecho Internacional Humanitario, es decir, sobre los derechos de los individuos, y en este caso, la obligación de dejarlos por fuera del conflicto si no portan un fusil, se escandalizaría al escuchar al presidente de la República o a sus subalternos llamando, de forma directa o indirecta, “terrorista” a cualquier Magistrado, congresista, grupo cívico, sindicato o etnia que levante la voz, bajo el amparo de la Constitución Política, en contra de los intereses del régimen.

Terrorista, según Michael Walzer, es aquel que por medios de facto atenta aleatoriamente contra civiles por el sólo hecho de pertenecer a un grupo determinado con el fin de atemorizar al resto; así, es muy diferente portar un fusil y poner bombas y minas o desaparecer civiles y torturarlos, a buscar la paz, crear memoria histórica, exigir la protección de los derechos fundamentales y proteger los derechos humanos por medios constitucionales, cívicos y simbólicos; los primeros son los terroristas de la insurgencia, del paramilitarismo y del Estado, los segundos son los defensores del Estado Social y Democrático de Derecho y de las víctimas que han sufrido el yugo del terror. Muy diferente entonces es buscar la expansión de un proyecto “político” o la defensa de los derechos de un grupo por medio de las armas, a buscar lo mismo por medios pacíficos dentro de la sociedad. Entonces ¿por qué el presidente busca hacer difusa esa diferencia? ¿Por qué no entenderá que a la alteridad y a la divergencia hay que respetarlas, y en consecuencia, debatirlas con argumentos y no con dogmatismos polarizantes?

Con razón los falsos positivos, los ataques de la policía (con machetes, fusiles y bombas) en contra de los manifestantes de la minga indígena acaecida en octubre del año pasado y los seguimientos del DAS a magistrados, congresistas, líderes cívicos y periodistas, entre otras tantas violaciones de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario perpetradas por la fuerza pública; es decir, con razón el terrorismo de Estado, es que si el propio presidente de la República no diferencia entre combatientes y no combatientes ¿cómo esperar que sus subalternos lo hagan?

martes, 12 de mayo de 2009

El peligro de abdicar

Por: Santiago Silva



El valle de Swat se encuentra a pocas horas de camino al norte de Islamabad, capital de Pakistán, y desde febrero rige allí la sharia o ley islámica. Aquella era una de las condiciones que los talibanes exigieron al gobierno pakistaní antes de firmar un cese al fuego. Las autoridades pakistaníes, e incluso algunos analistas internacionales, se mostraron conformes con aquella negociación, que había evitado un mayor derramamiento de sangre al otorgar el control del valle de Swat a los talibanes, si aceptaban desarmarse y obedecer al gobierno federal. Por supuesto, no cumplieron. Pronto los reportes de ejecuciones sumarias y otros desmanes con la población local por parte del Talibán amenazaron la insipiente tregua. No se detuvieron allí, evitaron desarmarse y continuaron su avance camino a Islamabad. Su pretensión de tomar el control del país no se detuvo por un simple cese al fuego.

La preocupación en la comunidad internacional aumentó y la Casa Blanca incluso reprendió fuertemente a sus aliados en Islamabad. Hillary Clinton, secretaria de Estado estadounidense, acusó a los líderes pakistaníes de abdicar ante los talibanes, la perspectiva de perder el control en Pakistán ante los extremistas es aterradora. Pues no sólo es el país una potencia nuclear, sino que juega un papel fundamental en la guerra en Afganistán que libra Estados Unidos y en el futuro de la guerra contra el terrorismo islamista. El ejército contraatacó, con torpeza y lentitud, pero una semana después logró recuperar Buner, ciudad estratégica para controlar el camino desde el territorio controlado por el Talibán hasta la capital. Los vítores lanzados por los líderes pakistaníes después de esta victoria militar no disuadir a nadie de la tensa situación que vive el país y lo cerca que está de desmoronarse.

Las negociaciones con los talibanes se habían realizado con evocaciones a un supuesto pragmatismo. Los líderes pakistaníes incluso ponían como ejemplo los pactos con los que el ejército estadounidense había pacificado ciertas zonas en Irak. Lo cierto es que Pakistán muestra una incapacidad absoluta para lidiar con los talibanes, la organización extremista ha logrado infiltrar los estamentos del gobierno en las provincias y recibe apoyo de ciertos sectores sociales y clericales. Por otro lado, las prioridades históricas de Pakistán lo han obligado a ver en India a su enemigo natural y han evitado que enfrente las amenazas que incrementan su inestabilidad, provenientes de otras fronteras.

Así pues, intentando evitar un incremento de la violencia, los pakistaníes terminaron cediendo ante las exigencias de los talibanes. Éstos, según reportan los medios internacionales, continúan las hostilidades y los desplazados de las zonas de combate ya superan los cientos de miles. La situación en Pakistán es pues en extremo preocupante, pero sobre todo, es una lección, para quienes estén dispuestos a aprenderla, de los peligros que conlleva rendirse con demasiada facilidad a los supuestos beneficios de negociar con el terrorismo.

martes, 5 de mayo de 2009

Tres generalizaciones sobre cultura política en Colombia

Por: Jose Antonio Fortou R.


Los estudios sobre cultura política tomaron fuerza desde que apareció The civic culture de Almond y Verba en 1963. Hoy por hoy, las encuestas de percepción constituyen una herramienta para calibrar este concepto. Es el caso de la encuesta Cultura política de la democracia en Colombia, 2008: El impacto de la gobernabilidad, realizada por LAPOP. Quizás algunos de sus resultados sean útiles a la hora de reevaluar o confirmar algunas percepciones generalizadas que se tienen sobre la cultura política colombiana. Me referiré brevemente a tres, dos coyunturales y una estructural:

1. Es la élite del país la que apoya al uribismo. Se suele pensar que a la derecha colombiana la apoyan los terratenientes, los líderes de los grandes gremios empresariales y los dueños de fincas que ya pueden visitarlas tranquilamente los fines de semana. Pero la encuesta señala que buena parte de los que se sienten identificados con el Polo Democrático tienen mayor nivel educativo, mientras que el apoyo al Partido de la U proviene principalmente de los estratos 2 y 3, a la vez que se observa que a menor nivel educativo, más identificación con la derecha política.

2. El Polo tiene los partidarios más radicales. Si entendemos por “radical” al que está bastante alejado del centro del espectro político, se diría que el ala más de izquierda del Polo –la liderada por Carlos Gaviria– es el grupo más radical del país. Y ciertamente, el Polo es el partido más radical en términos relativos. Sin embargo, en términos absolutos, dos de los partidos más alejados del centro son Cambio Radical y el Partido de La U. ¿Podría esto estar relacionado con el hecho de que los partidarios del La U sean los que tienen la afiliación partidista más intensa?

3. La sociedad colombiana es extremadamente conservadora. Ésta es quizás la más escuchada de las tres percepciones: la sociedad colombiana, si tuviera que elegir entre libertad y orden, las dos palabras que adornan el escudo, escogería el orden. La encuesta de LAPOP parece no sólo corroborar esto, sino llevarlo más allá: la sociedad colombiana no sólo es conservadora, sino que es iliberal. En una matriz que cruza estabilidad democrática y legitimidad (respaldo no coyuntural al sistema), la mayoría de los colombianos (38.5%) endosa una estabilidad de tipo autoritario: un sistema con alta legitimidad, pero con niveles bajos de tolerancia política. Si asumimos que somos una democracia, somos más estables que inestables, pero también menos liberales que iliberales. Curioso, pues según Zakaria, el recorrido de las democracias exitosas ha sido contrario: primero liberalismo, luego democracia.

El caso es que este tipo de encuestas ponen a pensar y me refiero a pensar más allá de si obedecen a intereses particulares. Pese a las críticas que les hace Bourdieu a las encuestas de opinión pública, éstas nos invitan a indagar las razones por las cuales se da el comportamiento que indican. Esto es parte de la tarea del politólogo: intentar interpretar la investigación empírica a la luz de la teoría y la realidad.

Hablo de percepciones como ideas o comentarios que oigo día a día, en la radio, en el bus, en la universidad y en la casa. Acepto que asumo, posiblemente de forma incorrecta, que porque las oigo con reiteración corresponden a percepciones generalizadas entre los colombianos.


lunes, 27 de abril de 2009

Piratería

Por: Santiago Silva Jaramillo



La piratería es una consecuencia lógica de la anarquía. Allí donde la ley es ignorada y el orden no existe se está encubando al bandidaje, en este caso, al bandidaje acuático. Cuando un estado pierde, o nunca ha tenido el control eficaz sobre el monopolio de la fuerza, es imposible evitar que emerjan este tipo de grupos, que viven de la extorsión y el robo. Y que sus medios se vuelvan más sofisticados y sus recursos más abundantes solo depende de la continuidad de la incompetencia de ese estado. Cuando traspasa las fronteras sin embargo, se convierte en la evidencia de la incompetencia de la comunidad internacional.
Es exactamente lo que está ocurriendo en el golfo de Adén y el Océano Indico con los piratas somalíes. El flujo de barcos que transita esta zona es inmenso y de vital importancia para el comercio mundial y el abastecimiento de hidrocarburos de Europa y EEUU. Las acciones de los piratas, que cada vez son más temerarias y alejadas de sus costas, convirtieron el estratégico golfo de Adén (que conecta al Océano Indico con el mar Rojo y el canal del Suez) en uno de los lugares más peligrosos de la tierra. Las naciones con intereses en la zona ya han desplegado navíos y han constituido una fuerza conjunta que pretende controlar las acciones de los piratas. Sin embargo, los hechos de comienzos de abril demuestran que tan inútiles han resultado los patrullajes de las fuerzas internacionales. Los secuestros de barcos y tripulaciones extranjeras continúan y lejos están los somalíes de dar muestras de temor frente a los barcos de guerra europeos, chinos y estadounidenses, más bien, parecen alentados por un deseo a desafiarlos. De la misma forma, para las fuerzas internacionales resulta un objetivo inocente el intento de controlar efectivamente toda la zona amenazada, los piratas somalíes se trasladan y cambian sus centros de operaciones constantemente, volviendo casi imposible adivinar donde se realizará su siguiente golpe.
El problema hay que atacarlo desde donde comienza no donde tropieza con los intereses de otros. El problema no comenzó en el golfo de Adén o el Océano Indico, ni siquiera en las costas somalíes, el problema comienza en Somalia y en el hecho de que la anarquía se le éste saliendo por las costuras una vez más, regando inestabilidad a su alrededor. Pero nadie quiere intervenir directamente, las experiencias internacionales han demostrado que tan frustrante, en el mejor de los casos, puede resultar una intervención armada en una nación azotada por la anarquía y las luchas intestinas. Mejor actuar con prudencia, piensan las potencias, ineficaz y parcialmente, pero evitando involucrarse en los combates entre los señores de la guerra somalíes.
Es claro entonces que la solución a la que se ha consagrado la comunidad internacional será ineficaz, los ataques continuarán y se harán cada vez más osados. La piratería es un negocio rentable, cuesta poco sostenerlo y los beneficios pueden ser gigantescos, y mientras en Somalia nadie tenga la capacidad de imponer el orden, una constante para los marinos que navegan temerosos frente a las costas del Cuerno de Oro de África.

domingo, 19 de abril de 2009

Sobre libros y ciencia política

Por: Jose Antonio Fortou R.




En el primer capítulo del Nuevo Manual de Ciencia Política (1996), texto “oficial” de la Asociación Internacional de Ciencia Política, los editores Robert Goodin y H.-D. Klingemann, además de presentar una interesante definición de política y una amplia visión sobre el estado de la disciplina, proponen, en base a un análisis estadístico de todas las referencias contenidas en el Manual, una lista corta de los diez autores más productivos (los llaman powerhouses): integradores de la disciplina que son referenciados no sólo en la ciencia política en general, sino en más de la mitad de sus sub-disciplinas. Estos autores son Gabriel Almond, Brian Barry, Robert Dahl, Arend Lijphart, Seymour M. Lipset, Mancur Olson, Kenneth Shepsle, Theda Skocpol, Barry Weingast y Sidney Verba.

Quisiera ligar esto que parece sólo un dato curioso a una breve revisión que desde hace poco he venido haciendo de los textos de ciencia política en la Biblioteca de EAFIT. Quizá lo que me impulsó a esto fue descubrir la inexistencia de los tags “ciencia política” o “ciencias políticas” en el campo de “Tema” del catálogo digital; por su parte, “filosofía” tiene 3156 entradas, “historia” 6196 y “economía” 2534. Pero volvamos a nuestros powerhouses. Me di a la tarea de averiguar cuántos textos de cada uno de ellos hay en la Biblioteca. Resumo en la tabla a la derecha lo que encontré:

De estos datos, sorprende que Almond y Verba, el dúo dinámico de la ciencia política funcionalista, sólo aparezcan cuatro veces entre ambos, una de ellas en conjunto. Igualmente, llama la atención que Lijphart no esté en la Biblioteca. No sorprende tanto que sean Barry –influyente en teoría y filosofía política– y Dahl (reconocido siempre) los que más textos tengan en la Biblioteca.

Pero Goodin y Klingemann no sólo hacen una lista de autores; también presentan el listado de los 14 libros más referenciados en el Manual. De esta lista, están en la Biblioteca solamente cuatro (el 28,6%): An economic theory of democracy (A. Downs), Instituciones, cambio institucional y desempeño económico (D. North), Teoría de la justicia y El liberalismo político (J. Rawls); salta a la vista que dos de los textos sean de utilidad para economistas, mientras que los de Rawls son de los más influyentes en el ámbito de la filosofía política contemporánea.

Dejo hasta aquí este corto artículo; escasean las palabras y deseo plantear una última reflexión: ¿Hasta qué punto es válido apostar por las ciencias políticas si se está dejando de lado su núcleo, la ciencia política?

Post scriptum: Entre la fecha de escritura de la columna y su publicación apareció, diríamos que “de milagro”, el tag “ciencias políticas” en el motor de búsqueda de la Biblioteca con 320 entradas. Ojalá sea un buen síntoma.

jueves, 16 de abril de 2009

Semana del politólogo



Esperamos una participación masiva de todos los estudiantes del pregrado de Ciencias Políticas de EAFIT. La jefatura y los estudiantes han hecho un trabajo arduo para organizar una semana de debate, reflexión e integración entre los futuros politólogos de la universidad y de otras universidades de Medellín. Esperamos verlos a todos.

lunes, 13 de abril de 2009

Del miedo a la esperanza...¿y de nuevo al miedo?

Por: Juan Diego Agudelo B.

Medellín, ciudad de contrastes únicos, y taninos particulares, acogió la violencia en su seno dos décadas atrás y fue indeleblemente marcada por la sombra de la violencia y la inseguridad. En sus calles, la agitada respiración de un mundo de sombras peligrosas, la copiosa desesperación de aquellos a los cuales los lenguajes de violencia recrudecían su entorno. Eran época de violencia en los barrios, narcotráfico, milicias populares, de ‘oficinas’, y grupos emergentes gracias a la actividad paramilitar, las amenazas latentes…tristemente visibles y eficientemente destructivas. La violencia servida como un medio de explotación económica, como un medio de ganar ‘reputación’ barrial, ganar aceptación en una esfera que adolecía de otros espacios de concertación y, menos aún, de disertación.
Se dio la construcción de lo imposible: un proceso de reconciliación impulsado por la pasada administración, que muy a pesar de sus detractores, en algún sentido –no del todo ingenuo- logró desmovilizar a los Bloques del paramilitarismo que operaban en la laderas de la ciudad, en aquellos lugares donde eran “gobierno”…donde representaban el orden y el castigo, maneras ajenas a la legalidad, pero propias, donde la historia del abandono institucional mina constantemente el desarrollo sostenido de nuestra sociedad. La casa, la calle y el barrio, le abrían las puertas a brindar una nueva oportunidad. La comunidad le daba la bienvenida a la realización de lo imposible y lo impensable: recibían la paz, la conciliación y el diálogo como una forma alterna de acercamiento y solución a la problemática del conflicto.
Se hablaba del regreso de la esperanza, como reemplazo de los regímenes de miedo. Esto, no duró del todo. Ha vuelto el sentimiento del ‘inminente riesgo’ a las calles de una Medellín, que no terminaba su tránsito hacia la paz, y ahora parece volverse sobre su pasado. Sería injusto culpar a la nueva administración…pues es un proceso ‘normal’. Los espacios dejados por aquellas hordas del terror, es un vacío incómodo para muchos, y una nueva oportunidad para otros. Es el reacomodamiento de aquellos espacios y de la oportunidad de hacer parte de una guerra lucrativa, que siempre y cuando sea lucrativa, parecerá no tener fin.
Finalmente propongo una breve conclusión, al tiempo de ser un espacio para invitar a la reflexión. Es tiempo de aunar esfuerzos, desde la administración, para hacerle frente a las problemáticas de violencia social actuales de nuestra ciudad. No soy partidario de la seguridad democrática, pero sí creo en la posibilidad de crear procesos de seguridad participativa, atendiendo a las particularidades del entorno socio-político de la ciudad. No se trata sólo de ser una ciudad solidaria –pues en lo competitivo se han perdido grandes espacios-, sino de crear oportunidades reales de desarrollo, de abandonar el modelo asistencialista, y darle paso a las grandes oportunidades de crear empresa, siendo el Estado, quien proveerá dichas herramientas y espacios necesarios para hacerlo. Se trata de generar las circunstancias particulares de equidad social y laboral, para equiparar cargas en un sistema capitalista que debe ser, ante todo responsable e incluyente. Así, la violencia no tendrá cabida como un motor de desarrollo, de riqueza, y quizás podamos soñar con su erradicación, en alguna forma, de la violencia de nuestra ciudad.

La vecindad


La Vecindad

Por: Santiago Silva Jaramillo


Juan Manuel Santos es un estratega, e incluso cuando parece haber cometido una imprudencia, ésta ha sido pensada con cuidado y sus efectos calculados suficientemente. Los acontecimientos de días pasados así lo demuestran. Santos declaró, como si nada, como cuando se hace una declaración en un paseo a Washington, que es parte de la legítima defensa de un país perseguir terroristas que lo amenazan en territorios de estados vecinos. Nuestros fraternales vecinos por supuesto, no dejaron pasar semejante oportunidad para despotricar del gobierno colombiano y las afirmaciones de su impertinente funcionario.

Esto no molestó demasiado a Santos, o por lo menos no debió haberlo hecho, pues sabe bien para ser presidente vale más un insulto de Chávez que un espaldarazo de Uribe. Esto se sostiene en el mismo razonamiento que lleva al gobierno venezolano y al ecuatoriano a fomentar el conflicto: las animosidades entre los países son muchas y pelear entre vecinos está dando votos. De la misma forma, Santos defendió en público lo que muchos colombianos creen. Donde estén los terroristas que dañan al país hay que atacarlos, no existen más consideraciones, si la principal función del estado es la protección de sus ciudadanos, las acciones que se adelanten en este sentido serán legitimas y justas.

Hasta entonces sin embargo, las cosas no eran del todo claras, e incluso algunos achacaban imprudencia y torpeza al ministro, pero el pasado 11 de marzo en Brasil, con la firma de un convenio que permitía, en pocas palabras, 60 kilómetros a lado y lado de la frontera de intervención en operaciones militares en caliente, la estrategia de Santos quedó clara. Iba más allá de un intento oportunista e irresponsable de ganar simpatías entre los colombianos, demostró, con un golpe magistral, que contra la intransigencia de ciertos vecinos para enfrentar al terrorismo y al narcotráfico, Brasil (papá Brasil) se muestra receptivo, prudente y colaborador. Un océano de distancia de la testarudez venezolana y ecuatoriana, al fin y al cabo, Lula mata Chávez, Lula mata Correa, hasta Obama está de acuerdo con esto.

Fue una jugada política, eso es claro, pues nadie defendería la intervención armada en otros países soberanos en la búsqueda de grupos ilegales públicamente. Este es un recurso necesario, que innegablemente todos los gobiernos que se enfrentan a tales amenazas tienen en buen recaudado, pero más allá de una medida extrema y esporádica, utilizada solo en casos excepcionales, convertirla en política estatal es una torpeza diplomática enorme y el malestar de los vecinos es de esperarse. De nuevo, lo haría, si fuera una jugada política, un golpe de opinión deliberadamente calculado. Aun así, todo el episodio, en especial su cierre con la firma del convenio en Brasil, demuestra que si los caminos diplomáticos funcionan bien, las voluntades son claras y se privilegia la cooperación, se pueden crear mecanismos beneficiosos para la vecindad.

Ciencias políticas para politólogos


Ciencias políticas para politólogos
Por: Federico Hoyos Salazar

“Zapatero a sus zapatos” lee un famoso adagio popular, de manera semejante podríamos decir: clases de política para estudiantes de ciencias políticas, o algo así. Digo lo anterior por que en nuestra universidad muchas de las clases que componen el pensum de Ciencias Políticas son compartidas por otros pre-grados como Comunicación Social y Derecho. Con respecto a esto nos podemos preguntar: ¿Deberíamos los estudiantes de política –como nos llaman algunos- ver materias con estudiantes de otras carreras?

Creo que está bien y que es normal compartir materias como matemáticas, Estadística y por supuesto los NFI con gentes de los más diversos estudios. Sin embargo no me parece adecuado que nos fijen en el mismo salón a estudiantes de Comunicación, Derecho y Ciencias Políticas para materias como: Derecho Internacional Público, Teorías del Desarrollo, Análisis de la opinión pública y algunas más. Digo que no está bien por diferentes razones.

Primero, como a todos nos explicaron en primer semestre en la clase de Introducción a la Ciencia Política, el derecho, la economía y la política antes se conjugaban dentro de la carrera de Derecho o jurisprudencia. Luego, con el paso de los años estas disciplinas se separaron y formaron las carreras de Economía y Ciencia Política respectivamente. Hago este brevísimo recuento histórico para que recordemos que al ser el Derecho y la Ciencia Política carreras disímiles –aunque muchas personas piensen lo contrario- no conviene mezclarlas en algunas asignaturas. En cuanto a nuestras diferencias con Comunicación Social no hay que decir mucho, es evidente que somos desiguales; nos ocupamos de temas diferentes y estudiamos contenidos diferentes. Por lo tanto creo que tampoco es conveniente que nos metan a ambos dentro del mismo saco académico.

Segundo: Es bastante incómodo que los profesores que dictan la misma materia para estudiantes de Política y Derecho o Comunicación y Política, tengan que estar haciendo constantemente en sus clases distinciones respecto a algunos temas debido a la heterogeneidad disciplinaria de los estudiantes. Muchos hemos oído frases celebres que van más o menos así: “Como los estudiantes de Derecho deben entender mejor…” ¡Qué jartera! Constantemente debemos sufrir el hecho de que algunos estudiantes de otras carreras estén mejor preparados que nosotros en algunos temas o por el contrario que estén poco instruidos en otras. De esta forma nos tenemos que acomodar como sea al molde de la asignatura. En otras palabras, hay clases que son pensadas y dirigidas para estudiantes de Derecho, otras para Comunicación y otras para Ciencias Políticas no para las tres. Esta es la dificultad.

Tercero y último: La pluralidad de intereses de los estudiantes de las ya mencionadas carreras pueden hacer que el contenido de la clase se distorsione. Así en una clase de derecho la interpretación jurídica de un estudiante de Política no será tan afortunada como la de un futuro abogado y, de igual manera sucede en una clase de Política con la intervención de un futuro comunicador frente a un determinado tema politológico o viceversa.

Para concluir y esperando que con el anterior párrafo no haya sonado como la señorita Antioquia, quiero decir que la idea no es volvernos sectarios ni intransigentes con estudiantes de otros pre grados, no, para nada. La idea es que busquemos entre todos una solución que contribuya al afinamiento de nuestra formación profesional y así ganamos todos.

Por si las moscas: Ya salió la película W. del director Oliver Stone. La película trata de la vida de George W. Bush, desde sus años juveniles en la Universidad de Yale hasta su llegada a la Oficina Oval. Vale la pena verla y discutirla; yo la tengo, hagamos plan.

"Lazos de amistad"


“Lazos de amistad”

Por: Santiago Silva Jaramillo*


Los realistas tienen razón, siempre la han tenido. Las relaciones internacionales de los países son dictadas por sus propios intereses, cuando chocan o confluyen, en la confrontación o la cooperación. Por eso es extraño que se dudara de tal manera de la continuidad de las buenas relaciones entre Estados Unidos y Colombia. Si, el cambio de gobierno (y de agenda) parecía insinuarlo, pero si las circunstancias globales, estratégicas y geopolíticas son similares, también lo será la conveniencia de las buenas relaciones. Pues ¿si el Orden Global permanece igual, por qué habría de cambiar el sistema de alianzas?

Y los intereses, que también pueden ser coyunturales por supuesto, se determinan, la mayoría de las veces, por condiciones geopolíticas y geoestratégicas que no cambian con facilidad. Aun cuando Washington pudiera renegar de la amistad de Bogotá los intereses superiores de su estado lo obligarían a replantear tal decisión. Las prioridades de los estadounidenses y de su gobierno pueden cambiar, pero Latinoamérica y Colombia seguirán siendo importantes para su nación, lo quieran o no, les intereses o no.

La animosidad creciente hacia Estados Unidos en la región, que ni siquiera el nuevo gobierno ha podido contrarrestar. La lucha contra el narcotráfico, y la dicotomía entre guerra y legalización. La continuidad de la tristemente célebre Guerra contra el Terrorismo y el potencial de inestabilidad que le es inherente. Y la pérdida exponencial de su influencia en Latinoamérica, robada poco a poco por líderes carismáticos o potencias silenciosas. Todos elementos que obligan a Estados Unidos a mirar al sur y a buscar aliados donde le quedan pocos.

Colombia necesita de un aliado poderoso, que le apoye en su lucha contra el narcotráfico y el terrorismo y sirva de soporte a su aislamiento regional y Estados Unidos necesita un aliado en una región que le es crucial, que le odia y donde busca recuperar su influencia. La necesidad dicta la alianza. Obviando la amistad, la vecindad o las comuniones históricas o culturales, si sirve a los intereses de un país, si le es necesario para promoverlos o preservarlos, se olvidan otras variables, se prescinde de otras consideraciones.

La Colombia Bipolar y el peligro de los extremos.


La Colombia Bipolar y el peligro de los extremos.

Por:Juan Diego Agudelo Botero


“Sos ‘rojo’…sos ‘azul’…”; era el grito coloquial de aquellos partidarios de la sangre partidista, el alarido de aquellos conservadores y liberales que se mutilaban entre sí, para dejar un país tajado, cortado y la unidad nacional de la república esparcida en los miembros de sus víctimas. Enmarcados en la Violencia bipartidista, en la defensa del “color” político que daba un estandarte, un pendón que representaba los ideales distorsionados de una realidad tan aparente, como la disposición a la muerte. Luego se oía el clásico “sos del ‘M’…sos ‘UP’, con el que la dominante derecha colombiana atacaba a movimientos sociales y estudiantiles, de los años 70’s y 80’s en nuestro país, marcado por un Frente, que desde todo punto de vista, carecía de democracia participativa, tan irreal como el discurso “público” de Laureano Gómez. Se oía un ardido grito en contra de las marchas y revoluciones estudiantiles inspiradas en el comunismo en masa de las políticas sociales de ‘la madre Rusia’, y también de los movimientos ‘Hippistas’ y raciales de los EEUU. O sea contra aquellos que mancillaban la honra de las élites sociales nacionales y contra el orden establecido.

Craso error de nuestra historia, ha sido pretender agotar las posibilidades de la diferencia, aplastar las conciencias de aquellos que no negocian su integridad y exigen cambios sociales, políticos y culturales de fondo, en el trasfondo de una realidad social de doble moral, donde el asesinato de líderes sindicales, intelectuales y académicos, marcaban a la perfección, como un reloj, las rupturas del entramado social a gran escala.

Sin embargo, la polarización de nuestro país comenzando el siglo XXI, es aún más preocupante, y por ello, rabiosamente la expongo. Y es con rabia, porque no me parece prudente ni coherente que ahora quien hable de izquierdas, de “Polos” sea un guerrillero de las FARC, y quien hable por el uribismo o la derecha, sea un paramilitar. Menos aún, que exista cierto “romance” cultural con la cura de una enfermedad, que se volvió un mal peor, es decir, que haya afinidad con el paramilitarismo. Necesitamos construir país desde la institucionalidad, no desde la clandestinidad; necesitamos creer en la unidad, no en “los de arriba” y en “los de abajo”; urgimos contar con la solidaridad de las políticas sociales, y la competitividad de algunos sectores privados, enmarcados en la democracia y la formación de una conciencia de país más arraigada que nunca. Debemos fundar nuestra visión de nación, en la pluralidad, el respeto por la diferencia y sobre todo, en la libertad, entendida como eso…como verdadera libertad.

Política comparada: sustancia y método


Política comparada: sustancia y método

Por: Jose Antonio Fortou R.
jfortour@eafit.edu.co

Ante la imposibilidad de experimentar con la realidad política, los politólogos nos vemos abocados necesariamente a comparar; la comparación es nuestra herramienta principal. Sea de forma cualitativa o cuantitativa, con pocos o muchos casos, la comparación permite arrojar luces sobre distintos procesos políticos. La idea de un vínculo directo entre democracia y desarrollo económico, tan atractiva, es fruto de estudios seminales en política comparada. El debate, que en Colombia va y viene, sobre si un régimen parlamentario es preferible a uno presidencial es sólo abordable desde una perspectiva comparada que permita entender cada opción, sus condiciones y la posibilidad de trasladarla a otros espacios. Incluso la filosofía normativa debe, para saber qué es lo “bueno”, comparar.

Como método, la comparación muestra sus virtudes. Permite ver similitudes y diferencias: entre casos similares, deja distinguir el efecto de variables, mientras que entre casos disímiles permite entrever constantes. Es útil cierto nivel de estadística, pero no esencial. Estudios con un número de casos reducido, pese a dificultar las generalizaciones, abrazan la complejidad de la política y prometen un análisis más detallado en el cual los casos no se ven reducidos a uno entre muchos y resaltan sus cualidades individuales (o compartidas). Además, la política comparada no es un método meramente estadístico, pues ante un caso atípico no busca sólo corregir el modelo, sino preguntarse “¿por qué?”.

Pero la política comparada se define no sólo metodológicamente, sino también sustancialmente. En la mayoría de ocasiones, la unidad de análisis de los estudios en política comparada son países o unidades macro-sociales (y sus procesos o instituciones); a veces, caben análisis de unidades geográficas más pequeñas o de una misma unidad a través del tiempo. Desde esta óptica, se han desarrollado temas clave para la ciencia política como cultura política, sistemas de partidos y elecciones, regímenes políticos, políticas públicas y democracia.

Se empieza a esbozar así que el método comparativo no es exclusivo de la política comparada, como tampoco lo es su sustancia: la comparación es común a las ciencias sociales y el interés en los países es general en la ciencia política. Por esta misma especificidad limitada, es necesario que la política comparada como área distinta se defina en virtud tanto de su método como de su sustancia.

Ahora bien, cualquiera puede comparar. Pero para comparar bien (y sostengo que queremos hacerlo), hace falta formación.

Uribista anti re-reeleccionista


Uribista anti re-reeleccionista

Por: Santiago Silva Jaramillo


Lo acepto, soy un uribista anti re-reeleccionista. No me gusta la segunda reelección de Álvaro Uribe, por más que lo crea un líder capaz y un presidente juicioso y me identifique con varios de los postulados que defiende su gobierno. No me gusta sin embargo, mis razones no sean tan populares entre los anti reeleccionistas. Que afecta las instituciones, que destroza el equilibrio de poderes, que es un atentado a la democracia, que es una muestra de caudillismo, que estanca a toda una generación política. Todo eso es cierto, pero quiero tratar una razón diferente.

Gran parte de ser un hombre de estado, de ser presidente, de dedicar su vida al trabajo en las entidades públicas y aspirar a los cargos de elección popular siguiendo preocupaciones políticas, es la idea de dejar un legado. La posteridad acecha, o por lo menos, debería acechar a los estadistas. Muchos parecen tomar la insistencia de Uribe en continuar con la seguridad democrática, la confianza inversionista y la responsabilidad social, como una excusa que esconde sus verdaderas intenciones de perpetuarse en el poder. Yo no, disculpen la inocencia, pero yo le creo. Estoy seguro que un gran componente de su indecisión (porque aceptémoslo, el resto es cálculo político) corresponde al papel que tendrá que desempeñar una vez sea ex presidente y una vez esté muerto. Creo que lo atormentan los años post Casa de Nariño, post consejo comunal del sábado por la tarde, por no hablar del recuerdo que tendrán de él los colombianos después de su deceso.

Y en esa indecisión, también reside mi inquietud. ¿Cómo quiere Uribe que lo vean las generaciones futuras?, ¿cuál quiere que sea su papel en la posteridad? Porque es claro, incluso para sus detractores, que el gobierno del presidente ocupará un capítulo importante en la historia del país. El cómo se juzgará depende de muchas cosas, la sentencia variará, estoy seguro, según Uribe sepa terminar bien o mal su mandato. Y por supuesto, en mi calidad de uribista anti re-reeleccionista, creo que la segunda reelección es la peor forma en la que el presidente puede coronar su gobierno. No sólo por las razones mencionadas anteriormente, sino porque la probabilidad de que este tercer mandato no sea como los anteriores es muy alta. Después de un primer buen gobierno y un segundo regular, es inevitable que venga uno pésimo.

Que Uribe piense en las instituciones y en la democracia colombiana, que piense en su legado y en la posteridad, que piense en los que lo hemos seguido con reservas, pero con lealtad, en los que lo odian y en los que lo aman. Que piense en todos y en él mismo, que se haga a un lado y que no se lance, por su bien y el de todos nosotros.


¿Cuál será el camino ahora?


Ver imagen en tamaño completo¿Cuál será el camino ahora?

Por:Rafael Ricardo Alarcón Acosta


Por fin, y felizmente con éxito, se dio la semana pasada la liberación de 6 secuestrados en poder de las FARC –un miembro del ejército, tres de la policía, el ex-gobernador del Meta Allan Jara y el ex-congresista Sigifredo López–; y digo felizmente con éxito debido a esa serie de elementos que caracterizaron este proceso de liberación y lo hicieron tenso, contradictorio, sospechoso y en momentos muy lento. Bien quedan varios temas para el debate o para aclarar posiciones, el papel y la responsabilidad de la prensa para cubrir eventos como este, los intereses ocultos y el rompimiento de compromisos por parte del gobierno, las FARC y la comisión de civiles.

Sin embargo, y dejando constancia de la importancia de discutir lo que dejaron los eventos la semana pasada, considero que hay un aspecto que predomina sobre los demás. Lo más relevante luego de la liberación de estos seis secuestrados es contestar algunas preguntas: ¿cuál será el camino para próximas liberaciones?, ¿qué posición podrá tomar el gobierno?, ¿cómo traer a los pocos canjeables que quedan?, ¿qué hacer con aquellos secuestrados que no se consideran canjeables y su secuestro es netamente extorsivo?

Acuerdo humanitario, liberaciones unilaterales del gobierno para incentivar a las FARC a hacer lo mismo, liberación por medio de operativos militares y la segunda parte de la operación Jaque son opciones que defenderán algunos y criticarán otros, en el marco del debate para responder las anteriores preguntas.

Ahora bien, tengo que manifestar que en lo personal, en cuanto a seguidor del accionar del gobierno y el rechazo permanente de las FARC, lo que representa, su proceder y sus intenciones, considero necesario que el gobierno opte por tomar el camino de la negociación y el acuerdo humanitario –que no es más que un nombre bonito para esconder un vil trueque de personas en el siglo XXI–. Y en esto no veo una debilidad o brazo a torcer en la posición y dignidad del gobierno del presidente Uribe, ni mucho menos la recuperación de la capacidad del las FARC en el terreno de la negociación; sino la posibilidad franca y abierta de que el gobierno use su momento de fortalecimiento, superioridad y mayor credibilidad frente al enemigo para plantear un tipo de negociación, si bien agresiva, llegue a ser exitosa y logre que todos los secuestrados regresen a sus hogares.

Es hora que el gobierno, en calidad de triunfador parcial y potencial, opte por un camino diferente a la aniquilación total del enemigo, y decida extender la mano, hacer uso del corazón grande y buscar afanosamente, si bien no el fin del conflicto, si la liberación de todos aquellos –tanto los canjeables, como quienes no se consideran como tal– en poder de las FARC. Recuerdo ahora una fantástica escena de la película gladiador en la que Máximo, el protagonista, quien contradiciendo en dictamen del Emperador, decide perdonar la vida de su rival al cual lealmente ha vencido, y esto produce que desde las graderías y de forma multitudinaria, los asistentes le gritan ¡Máximo el magnánimo! Espero que inteligentemente el presidente Uribe, sin llegar al punto de hacerse llamar magnánimo, encuentre en su buen entender alguna buena estrategia de negociación para llevar a cabo ese mal llamado acuerdo humanitario.