lunes, 13 de abril de 2009

La vecindad


La Vecindad

Por: Santiago Silva Jaramillo


Juan Manuel Santos es un estratega, e incluso cuando parece haber cometido una imprudencia, ésta ha sido pensada con cuidado y sus efectos calculados suficientemente. Los acontecimientos de días pasados así lo demuestran. Santos declaró, como si nada, como cuando se hace una declaración en un paseo a Washington, que es parte de la legítima defensa de un país perseguir terroristas que lo amenazan en territorios de estados vecinos. Nuestros fraternales vecinos por supuesto, no dejaron pasar semejante oportunidad para despotricar del gobierno colombiano y las afirmaciones de su impertinente funcionario.

Esto no molestó demasiado a Santos, o por lo menos no debió haberlo hecho, pues sabe bien para ser presidente vale más un insulto de Chávez que un espaldarazo de Uribe. Esto se sostiene en el mismo razonamiento que lleva al gobierno venezolano y al ecuatoriano a fomentar el conflicto: las animosidades entre los países son muchas y pelear entre vecinos está dando votos. De la misma forma, Santos defendió en público lo que muchos colombianos creen. Donde estén los terroristas que dañan al país hay que atacarlos, no existen más consideraciones, si la principal función del estado es la protección de sus ciudadanos, las acciones que se adelanten en este sentido serán legitimas y justas.

Hasta entonces sin embargo, las cosas no eran del todo claras, e incluso algunos achacaban imprudencia y torpeza al ministro, pero el pasado 11 de marzo en Brasil, con la firma de un convenio que permitía, en pocas palabras, 60 kilómetros a lado y lado de la frontera de intervención en operaciones militares en caliente, la estrategia de Santos quedó clara. Iba más allá de un intento oportunista e irresponsable de ganar simpatías entre los colombianos, demostró, con un golpe magistral, que contra la intransigencia de ciertos vecinos para enfrentar al terrorismo y al narcotráfico, Brasil (papá Brasil) se muestra receptivo, prudente y colaborador. Un océano de distancia de la testarudez venezolana y ecuatoriana, al fin y al cabo, Lula mata Chávez, Lula mata Correa, hasta Obama está de acuerdo con esto.

Fue una jugada política, eso es claro, pues nadie defendería la intervención armada en otros países soberanos en la búsqueda de grupos ilegales públicamente. Este es un recurso necesario, que innegablemente todos los gobiernos que se enfrentan a tales amenazas tienen en buen recaudado, pero más allá de una medida extrema y esporádica, utilizada solo en casos excepcionales, convertirla en política estatal es una torpeza diplomática enorme y el malestar de los vecinos es de esperarse. De nuevo, lo haría, si fuera una jugada política, un golpe de opinión deliberadamente calculado. Aun así, todo el episodio, en especial su cierre con la firma del convenio en Brasil, demuestra que si los caminos diplomáticos funcionan bien, las voluntades son claras y se privilegia la cooperación, se pueden crear mecanismos beneficiosos para la vecindad.

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